El dolor de amar

¿Qué es el amor? ¡Vaya pregunta! Desde el hombre más necio hasta el más sabio, todos en algún momento se han devanado los sesos intentando dar una respuesta a tal pregunta. Tenemos por ejemplo a Platón y su célebre ‘Banquete’ donde una serie de personajes ofrecen sus puntos de vista sobre el amor. Uno de estos personajes, Aristófanes, explica el famoso mito que dará lugar a la idea moderna de que todos tenemos una “media naranja”. Aunque personalmente prefiero la idea menos romántica pero más real de que el enamoramiento sería equivalente a un estado de demencia temporal. Y a pesar de los estragos que produce el amor, lo reconocemos como uno de los patrimonios más valiosos de la humanidad. Algunos irán más allá incluso y dirán que es precisamente porque somos capaces de amar, que somos humanos.

En esta época de primacía del discurso científico en la que vivimos, muchos han sido también los intentos de la ciencia de revelar el gran misterio. Desde la neurociencia se saben ya cuáles son los procesos químicos involucrados, privilegiando la acción de la dopamina en grandes cantidades que daría esa sensación de energía y euforia en presencia del ser amado. Junto con la dopamina hace su aparición la oxitocina, a la cual se la llama “la hormona del amor” porque no sólo influye en el deseo, sino también en la construcción de ese vínculo tan especial entre amantes. Pero nuestro cerebro no puede permanecer “drogado” eternamente. A los dos o tres años esta sensación de euforia y ese deseo sexual van cediendo poco a poco a un amor mucho más calmado, basado ahora en la secreción de endorfinas (análogos de la morfina y otros opiáceos) que proporcionan una sensación de seguridad y tranquilidad, es un amor más basado en el apego que en la pasión.

A pesar de esta descripción meticulosa de los procesos neuroquímicos que se juegan en el amor, la ciencia aún no tiene respuesta a la pregunta esencial: por qué estos procesos se disparan en presencia de una persona en particular y no de otra. Se han hecho cientos de estudios tratando de dar una explicación, sin éxito desde mi punto de vista. Y es que toda una serie de situaciones en la vida real descartan cualquier explicación racional o evolutiva que se le pueda dar al amor. Hablo de situaciones como el “pagafantismo”, la chica monísima que se enamora del maltratador, el hombre estupendo a los pies de la arpía, los que viven en una pelea continua, los que desarrollan una dependencia destructiva… en realidad y analizando las cosas fríamente, lo raro y excepcional es que la elección de pareja sea más o menos adecuada. E incluso cuando el milagro se produce, el devenir normal de la vida se encarga de poner a prueba la fortaleza del vínculo amoroso.

Porque el paso del tiempo es inexorable y hablar de amor cuando se posee un cuerpo joven y vigoroso, con todo firme y en su lugar es muy fácil. El prototipo del amor es la pareja joven y bella que se ama apasionadamente y sobre este prototipo se han basado la mayoría de las películas que llegan a nuestras pantallas. Por eso, encontrar de vez en cuando un punto de vista diferente resulta reconfortante, aunque la historia que se relate sea devastadora. Aquí necesariamente tengo que referirme a la película ‘Amour (2012)’ del director Michael Haneke. Me veo obligada a hacer un aviso a los posibles espectadores sobre esta película ya que su visionado no es fácil. Haneke logra captar toda la crudeza de una realidad que inevitablemente mueve al espectador porque la vejez y la muerte planean en el horizonte de todo ser humano, si bien lo hace con un cuidado exquisito. Si eres fuerte pasaras toda la película con un nudo en el estómago, si eres un poco más débil recurrirás al clínex o rollo de papel higiénico y si eres muy sensible te aconsejo que pases olímpicamente de tener una sesión masoquista de dos horas de película.

Lo que Haneke nos cuenta es la historia de una tierna pareja de octogenarios, Anne (Emmanuelle Riva) y Georges (Jean-Louis Trintignant), que deben pasar la última prueba de su amor cuando la decrepitud del cuerpo haga aparición en forma de apoplejía. Y es que todo el mundo es capaz de amar cuando el amor consiste en verle el culo a tu pareja en plena pasión sexual, pero cuando es para limpiarle la mierda la cosa cambia y mucho. Es aquí cuando el signo inconfundible del amor aparece, lo que lo distingue de otros sentimientos similares como el deseo o la pasión: el dolor. Amar de verdad duele, duele mucho, y cuanto más dolor sentimos más seguros estamos de que amamos. La sola idea de perder al ser amado nos desgarra, porque perder al ser amado supone perdernos a nosotros mismos.

Según Lacan, famoso psicoanalista francés, “amar es dar lo que no se tiene”. Amamos como dice el mito de la media naranja gracias a que somos seres incompletos, y sin embargo añoramos la completud que tuvimos al principio de nuestra vida, cuando nuestro cuerpo y nuestro psiquismo no se diferenciaban del de nuestro cuidador. Amamos a la persona cuya mirada nos hace la promesa velada de una vuelta a la completud pero sin llegar nunca a cumplirla, es por eso que la deseamos. Amamos mirando un futuro que remite a un pasado, un futuro que nunca llega y un pasado que nunca volverá. Y sin embargo, gracias a este imposible el amor es posible.

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