El lado bueno de la locura

Según la OMS una de cada cuatro personas padecerá una enfermedad mental a lo largo de su vida. Un dato escalofriante que se complementa con otros nada esperanzadores, como por ejemplo la estimación de que para el 2020 la depresión será la causa número uno de enfermedad en el mundo desarrollado. Llegados a este punto nos podemos preguntar ¿qué está pasando? ¿por qué el número de personas afectadas por un trastorno o enfermedad mental se está disparando?

Sin duda uno de los motivos está en el hecho de que la enfermedad mental se diagnostica cada vez mejor y de manera más temprana. Durante milenios la humanidad ha convivido con la enfermedad mental sin reconocerla achacando sus efectos a dioses, demonios o espíritus y tratando a quienes las sufrían como elegidos, o más frecuentemente, como un peligro a recluir o exterminar. Sin duda, mucho se ha avanzado en este aspecto, pero que hayamos logrado grandes cambios no significa desgraciadamente que todo se haga correctamente. Muchas veces en nombre del avance y la ciencia podemos cometer errores que no distan tanto de los cometidos por nuestros antepasados.

Y es que ese afán por hacer diagnósticos cada vez mejores y más tempranos nos ha llevado precisamente al extremo opuesto, a un exceso de diagnósticos psicopatológicos. Pasar una “mala racha”, tener emociones o sentimientos considerados negativos o simplemente tener una personalidad peculiar o fuera de la norma puede llevarnos a conseguir una bonita “etiqueta” por parte de un profesional de la salud mental que nos marque para el resto de nuestra vida. Pareciera que nuestra sociedad está empeñada en erradicar todas aquellas diferencias individuales que nos hacen seres únicos, y una de las artimañas elegidas para lograrlo es refinar cada vez más los manuales de evaluación para trasformar lo que antes era normal en un trastorno. Por supuesto, con el apoyo importante de todo un sector farmacéutico interesadísimo en la cronificación y no curación de estos nuevos males.

Una de las películas de esta edición de los Oscars me parece un buen ejemplo de lo expuesto anteriormente. Se trata de la tragicomedia romántica “El lado bueno de las cosas” (2012) de David O. Russell, típica y predecible película romántica que sin embargo funciona muy bien gracias a la química existente entre sus dos protagonistas interpretados por Bradley Cooper y Jennifer Lawrence quién ganó el Oscar a la mejor actriz por este papel. Lo que nos propone este film es la clásica historia de amor de chico conoce chica aderezado con la “novedad” de que ambos protagonistas padecen una enfermedad mental ¿o no la padecen?

Conocemos a nuestro protagonista masculino, Pat, cuando su madre va a buscarle a la institución mental donde ha estado recluido durante ocho meses. Nos enteramos de que Pat ha sido diagnosticado de trastorno bipolar, uno de los trastornos mentales más severos, tras haberle metido una soberana paliza al amante de su mujer cuando los pilla in fraganti en pleno acto. Sólo matizar que el trastorno bipolar se caracteriza por la alternancia de episodios depresivos generalmente muy graves con otros episodios “maniacos” caracterizados por una euforia desmedida, una autoestima y un ego por las nubes que lejos de ser positivo suele llevar a los pacientes a tener muchos problemas con su entorno porque están descontrolados. Si bien cuando conocemos a nuestro Pat en algunas ocasiones pudiera dar la sensación de estar en un episodio “hipomaniaco”, hay varios detalles que me hacen cuestionarlo.

En primer lugar porque aunque nuestro Pat muestre una actitud “demasiado positiva”, en realidad no es un sentimiento que surja espontáneamente en él como ocurriría si estuviese enfermo, sino que es un sentimiento buscado y creado a propósito por nuestro protagonista que está decidido a tomar las riendas de su vida. Es cierto que tiene actitudes extrañas, peleas con sus progenitores y su fijación con volver con su ex mujer puede parecer una idea delirante dada su aparente imposibilidad. Pero creo que hay un punto muy importante a tener en cuenta en toda esta cuestión y es que Pat ha vivido una situación muy traumática. Parece que su entorno no tiene en cuenta que el pobre Pat ha encontrado a su mujer poniéndole los cuernos con otro y que está en medio de un proceso de duelo por la ruptura de la pareja. Y los procesos de duelo afectan a las emociones y al pensamiento de quien los padece, no son fáciles y durante los mismos se pueden hacer y decir muchas tonterías, por ello hay que esperar un tiempo (se considera que un duelo tarda como mínimo un año en ser resuelto) para corroborar que los síntomas que aparecen no están motivados por una reacción de duelo sino por un trastorno mayor. Al pobre Pat sin embargo, le han colgado la etiqueta desde el principio y sometido a tratamiento con una considerable dosis de medicación llena de efectos secundarios. Está posicionado de por vida a ojos de su familia y del resto de la comunidad como un enfermo peligroso cuya palabra no tiene valor.

En el caso de su contrapartida femenina, la situación es aún más clara. Tiffany es una chica tremendamente impulsiva y con marcados cambios de humor, que se encuentra viviendo bajo la supervisión de sus padres por haber perdido su trabajo tras haberse tirado a media oficina. Que la muchacha se encontrara en pleno duelo por la muerte de su marido es un hecho que, como en el caso de Pat, es ignorado completamente. Se la acusa, se la etiqueta y se la trata como una loca descontrolada para vergüenza de su familia y beneficio de las farmacéuticas. Curioso además como con ambos protagonistas tenemos la sensación de que a pesar de ser los “enfermos” parecen tener mucha más cordura que el resto de los integrantes de sus familias. A veces el señalado como loco lo es porque no participa de la locura del resto.

Y sí, cuando vemos a Pat y Tiffany y la curiosa relación que se establece entre ambos lo primero que se nos pasa por la cabeza es que están locos, pero eso no significa que sean enfermos mentales. Son dos personas que han sido capaces de trabajar, amar y valerse por sí mismos hasta que se han encontrado en una situación difícil que les ha sobrepasado y demuestran tener recursos suficientes como para volver a encauzarse de nuevo, pero como cualquier persona necesitan tiempo y apoyo para hacerlo. Que su forma de ser sea impulsiva y disparatada es parte de la variabilidad que hay en el ser humano, la misma que nos permite ser sujetos únicos y diferentes. Sería una lástima perder esa riqueza a manos de una sociedad que etiqueta de enfermos a todos aquellos que no encajan en su sistema.

Artículo para www.domingodecine.es 

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