Dependencia Emocional parte 2

En nuestro artículo anterior sobre Dependencia Emocional (parte 1) os contamos cómo este tipo de adicción comparte los mismos procesos (abstinencia, habituación, tolerancia, craving) que una adicción a la droga. Esto se debe a que la adicción inicia toda una serie de reacciones químicas en nuestro cerebro que provocan el enganche, primero por el placer que la relación suscita (gran segregación de dopamina) y, después, por la evitación del displacer (disminución de serotonina y aumento de cortisol).

En el artículo presente hablaremos de cómo surge la Dependencia Emocional. Podemos definir la Dependencia Emocional como el fallo en el pasaje de la fase de enamoramiento (fase de idealización del otro) a la fase de amor adulto (fase de integración del otro).

Así, los involucrados en la Dependencia Emocional no son capaces de aceptarse a sí mismos ni al otro como seres humanos complejos y diferentes. Buscan que el otro les “complete” y, cada vez que surge la diferencia, se vive como una amenaza al vínculo. En la fase de enamoramiento es habitual que las personas, por crear y consolidar un vínculo positivo, repriman sus afectos negativos y se adaptan más a las demandas del otro. Con el paso del tiempo, la represión de afectos no se sostiene y empiezan a surgir las necesidades de cada miembro que no son las mismas. Es en este momento de toma de conciencia de la “falta de complementariedad” que surge la crisis.

Las personalidades rígidas son las más susceptibles de caer en la dependencia emocional, aquellas personalidades que no son capaces de generar respuestas diferentes ante la complejidad de la vida. Suelen creer que hay respuestas “correctas e incorrectas”, que las personas son “buenas o malas” o “generosas y egoístas” y no entienden que cada persona tiene su propia perspectiva y genera sus soluciones, no siendo ni mejores ni peores que las de otros.

Pero, sobretodo, la dependencia emocional surge porque es el disfraz perfecto para desviar la atención de la inseguridad personal hacia un conflicto de pareja. Las discusiones terminan siendo un “y tú más” en espiral, y así ambos miembros evitan hacerse responsables de sus vidas y decisiones.

En el siguiente ejemplo que proponemos, podéis observar el desplazamiento de la inseguridad individual al conflicto de pareja.

Marta y Juan son una pareja de mediana edad que acuden a terapia de pareja porque siempre terminan discutiendo ante cualquier tontería. Las primeras sesiones tienen una gran carga emocional e invariablemente siempre acaban en un ataque cruzado, dónde se acusan mutuamente de ser el miembro con más dificultades de la dupla.

En una de las sesiones, Marta echa en cara a Juan que siempre está pendiente de sus padres y que no le presta atención a las necesidades de ella y de los hijos en común. Juan contesta que eso no es verdad, que él siempre está pendiente de ellos pero que para un día que sus padres piden un favor, ella se enfada. Cuando analizamos más la situación, surge que Marta tiene miedo a conducir y ése día tenía que llevar a uno de los hijos a clases particulares porque Juan era reclamado por sus padres para hacer unas gestiones.

En el caso el problema es que Marta no afronta su miedo a conducir (realmente, su dificultad a “conducirse sola” por la vida) y Juan no afronta su dificultad a poner límites a las demandas o pedidos de los demás. El conflicto surge cuando la demanda de Marta choca con otra petición de alguien cercano a Juan y éste no sabe a quién atender.

Ambos miembros trabajaron sus dificultades e inseguridades por separado antes de retomar la terapia compartida. Sólo así, la relación pudo evolucionar de la dependencia a la integración.