Escuela de padres V: La transmisión transgeneracional
En los anteriores artículos hemos hablado de la importancia de los límites, de cómo tanto los menores como los adultos los necesitan para convivir y crecer y de que su ausencia acarrea agotamiento en los progenitores y malas conductas en los pequeños que se vuelven demasiado dependientes.
Ser conscientes del mensaje social, de la importancia de los límites y de sus dificultades ayudan a ponerlos pero no lo es todo. Queda la parte más importante, aquella que tiene que ver con la historia personal de cada progenitor y que se pone en conjunto en la pareja. Y es que al tener hijos, inevitablemente, nuestra propia infancia entra en juego.
La primera dificultad la encontramos en que ambos miembros de la pareja han tenido pautas de crianza que en alguno o en muchos puntos han sido diferentes. Este puede ser uno de los primeros puntos de conflicto, que una pareja que hasta el momento se llevaba bien al tener un hijo surjan peleas porque a la hora de criarlo tienen puntos de vista muy diferentes, muy influenciados por cómo ha sido la infancia de cada uno.
No podemos evitar la influencia que nuestra familia de origen tiene en nosotros. En cierta manera todos tenemos una historia acerca de cómo ha sido nuestra infancia y qué cosas queremos trasmitir a nuestros hijos y cuales queremos cambiar. Pero siempre hay puntos de conflicto en todos nosotros relacionados con nuestra infancia de los cuales no somos conscientes y que causaran una mayor o menor interferencia a la hora de ser padres y pueden salir sin que nos demos cuenta y alterar nuestra función como padres.
Por ejemplo, puede ocurrir que alguien que tuvo unos padres muy autoritarios por no querer parecerse a ellos puede virar al extremo totalmente opuesto y ser demasiado laxo con sus hijos. Puede creer que la crianza que recibió de sus padres no le influye a la hora de ser padre o madre pero no es así, le influye porque le está haciendo ponerse en el extremo contrario.
Un caso como este puede ser relativamente fácil de ver, pero hay otras muchas situaciones donde las cosas se complican. Y lo peor en estas situaciones es que no sabemos por qué no podemos cambiar nuestra forma de comportarnos con nuestros hijos, incluso siendo conscientes de que queremos cambiarlo porque el conflicto familiar transgeneracional suele ser una repetición, un conflicto que se originó en una generación anterior y que se trasmite a la siguiente sin que ninguno de los miembros sean conscientes del mismo.
El efecto de este conflicto suele ser que el padre o la madre frente a su hijo no sea capaz de realizar su función porque su forma de posicionarse frente a él no es como padre o madre. Se reviven y repiten con el hijo patrones pasados y siempre sin que seamos verdaderamente conscientes de lo ocurre. Por ejemplo un progenitor puede enfadarse mucho y responder insultando o pegando a su hijo que le acaba de ofender en lugar de poner el castigo o el límite adecuado y explicar el por qué no se puede ofender a otros, quizás por el hecho de que él mismo tuvo una infancia dónde uno de sus padres le menospreciaba constantemente.
Lo más complicado es que aun intentando rememorar nuestra infancia y haciendo un esfuerzo conscientes por intentar descubrir que puede estar afectándonos en la relación con nuestros hijos, seguramente no daremos con ello porque el verdadero conflicto siempre está escondido, no somos capaces de acceder a él sin ayuda porque es nuestro punto ciego, si somos conscientes de algo entonces no puede generar conflicto porque podemos pensarlo. Y las peleas y los problemas con los hijos suelen tener que ver con reacciones por nuestra parte que realizamos automáticamente sin pensar, porque si pudiéramos pensarlas no las haríamos.
Lo ideal es que ambos progenitores acuerden las pautas educacionales y que se apoyen mutuamente el uno al otro, ya que la desautorización es la manera más rápida de que el menor empiece a mostrar problemas en su conducta. Cuando un pequeño que no levanta un metro del suelo puede controlar lo que ocurre a su alrededor, es porque en realidad va alzado sobre uno de los adultos. Esto ocurre sobretodo en aquellos padres que con la llegada de los hijos no conservan un espacio para la pareja, parte fundamental para que el menor entienda que hay situaciones y tiempos en los que él queda excluido. Esto puede parecer extraño pero es importante para el bienestar del menor, que sus padres tengan una relación propia que no gira en torno a sus necesidades le ayudará a que de mayor pueda ver como normal que su pareja y amigos tengan relaciones significativas con otras personas.
La pauta recomendada en estos casos es que el progenitor que presente más dificultades con el menor busque ayuda para ver qué puede estar pasando, que se está poniendo de verdad en juego en esa relación que no tiene que ver con él aquí y ahora. Muchos padres se enfadan cuando algunos profesionales les indican que vayan al psicólogo, pero ante una situación como esta es la mejor alternativa. No significa que seamos malos padres, pero si tenemos una situación que escapa a nuestro control y afecta a nuestro hijo, quizás necesitemos la ayuda de un profesional que nos ayude a pensar y a darnos cuenta del por qué actuamos así para poder cambiar nuestro comportamiento.
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