Obediencia al perverso

Aprovechando que este mes tenemos la oportunidad de acceder al Atlántica Film Fest en la página de cine online Filmin, recomendaré una de esas películas que ofrecen una premisa interesante pero que se quedan en el circuito de los festivales sin llegar a las grandes salas. La película en cuestión se llama ‘Compliance (2012)’ del director Craig Zobel y ya en el pasado Festival de Sitges provocó reacciones encontradas: o te encanta o te parece una tomadura de pelo. Y eso que la película avisa desde el inicio que está basada en hechos reales.
‘Compliance’ goza de una premisa fácil y potente, pero requiere de un acto de fe del espectador para entrar en el juego. ¿Qué es lo que muestra esta película? Pues básicamente cómo un bromista telefónico, muy gracioso él, manipula a una serie de individuos haciéndose pasar por un agente de la ley para que le ayuden en la investigación de un supuesto robo perpetrado por la joven cajera de un fast-food. La bromita se irá cada vez haciendo “más pesada”, logrando inquietar al espectador que ha entrado en la trama o provocando el estupor de aquél que no ha empatizado con la situación por lo ridículo de la misma. Y sin embargo, todo lo que nos cuentan ocurrió de verdad, y no sólo una sino hasta 70 veces ¿cómo es posible?
Por supuesto, lo primero que se necesita para que se de esta situación es un individuo perverso. ¿A qué me refiero cuando hablo de “perverso”? pues a un individuo que está aparentemente adaptado a la sociedad, pero que en el fondo goza terriblemente saltándose de alguna manera las leyes marcadas por la misma. El perverso se oculta, no porque sienta vergüenza, sino porque teme el castigo por sus actos. Pero a la vez no puede evitar mostrarse, porque si no le enseña a alguien lo que hace, no tiene gracia el asunto. Por eso el perverso siempre busca cómplices (que también son víctimas) a quienes les enseña que las leyes están para saltárselas y que en el fondo él sólo hace lo que a todo el mundo le gustaría. Para montar tal escenario se valdrá de cuantas víctimas sean necesarias. No podrá dejar de repetir esta acción porque no es sólo que lo disfrute, es que es su razón de vivir.
Todo lo anterior sirve para el comportamiento de nuestro bromista telefónico, pero ¿cómo justificar la actitud de los cómplices que van pasando por esa llamada? ¿Es posible que alguien llegue a actuar de esa manera sólo porque “se lo manden”? La misma pregunta se la hizo alrededor de 1961 un psicólogo de la Universidad de Yale llamado Stanley Milgram, a raíz de los juicios realizados a varios oficiales nazis que justificaron sus crímenes contra la humanidad bajo el lema: “sólo seguía ordenes”.
En el experimento de Milgram hay un sujeto que ejerce de “maestro” cuya misión es enseñar una serie de tarjetas a un “alumno” que debe memorizarlas. El investigador instruye al maestro a que cada vez que el alumno falle, debe darle una descarga eléctrica que irá subiendo de intensidad según avancen los ejercicios. Lo que el sujeto que hace de maestro no sabe, es que el alumno es en realidad un actor que está compinchado con el investigador y que no recibe descargas verdaderas, aunque actúe como si las recibiera. La pauta del actor es ir aumentando el dramatismo de su actuación a medida que las descargas son más fuertes. El investigador cumple el papel de figura de autoridad, animando al maestro a seguir con el experimento a pesar de las quejas del alumno.
Este experimento sorprendió en su época por los impactantes resultados que obtuvo. El 100% de los sujetos continúo con el experimento hasta llegar a los 300 voltios, momento en el que el actor simulaba estertores de coma. Hasta un 65% llegó a aplicar 450 voltios, descarga que de ser verdadera, hubiera sido mortal para el alumno. Y todo porque un tío revestido de la autoridad que da una bata blanca se lo ordenó. Tras la publicación del trabajo de Milgram se revisaron las condiciones éticas de los experimentos. Por ello, el experimento no pudo ser replicado, pero a día de hoy sigue siendo todo un referente en las facultades de psicología de todo el mundo cuando se aborda el tema de la obediencia a la autoridad.
Y es que por mucho que pensemos que eso a nosotros “no nos pasaría”, lo cierto es que no podemos evitarlo. Todos somos producto de la sociedad y de las pautas que la misma nos trasmite, las recibimos desde el mismo momento de nuestro nacimiento y las acabamos haciendo nuestras. Una de estas pautas nos dice que hay ciertas figuras de autoridad que se deben respetar y que debemos hacer todo lo que ellas nos manden, ya que trabajan “por el bien común” y saben lo que se hacen. Si un individuo perverso quiere echarse unas risas, un camino fácil y rápido para lograrlo es suplantando una de estas figuras de autoridad como ocurre en la película.
¿Todavía no estas convencido de que algo como lo planteado en ‘Compliance’ te pudiera ocurrir? Bueno, déjame plantearte otra situación. Supongamos que un perverso no se dedique a suplantar una figura de autoridad, sino que él sea una figura de autoridad. Puede ser cualquiera, un empresario, un policía, un juez, un representante político… ¿Qué haría un perverso en esa situación? Pues lo que mejor se le da, buscar cómplices para convencerles de lo divertido que es saltarse la ley y gozar riéndose de las consecuencias que esto produce en sus víctimas. Se dedicaría a menospreciarlas, a reírse abiertamente de ellas poniendo excusas y justificaciones que pensadas fríamente resultan irrisorias para actos absolutamente disparatados.
Llegados a este punto, ¿te imaginas toda la clase política de un país gobernada por perversos con ayuda de sus cómplices? Sin lugar a dudas, llevarían al país en cuestión a la ruina mientras se dedican a reírse del pueblo que les ha elegido. Pero antes de que esto ocurriera, la gente se rebelaría ¿no?, ¡cómo pensar que una nación entera se iba a dejar tomar el pelo de una manera tan descarada!. Bueno… siguiendo a nuestro amigo Milgran, el 100% de la población no reaccionaría hasta que el país entrara en un estado de riesgo muy severo. Y una vez que el país entrara en “coma”, el 65% seguiría sin oponerse a los irracionales dictados de las figuras de autoridad aunque eso llevara a la muerte del sujeto, o en este caso, a la ruina irrevocable del país. Ahora, mira a tu alrededor, ¿de verdad crees que no te pasaría a ti?

Artículo para www.domingodecine.es

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